Me levanto, me siento a su lado y le doy un beso. Largo, larguísimo, con los ojos cerrados. Un beso totalmente libre. Y el viento intenta pasar entre nuestros labios, nuestra sonrisa, nuestras mejillas, entre nuestro pelo.. Nada, no lo consigue, no pasa. Nada nos separa. Sólo oigo pequeñas olas que rompen debajo de nosotros, la respiración del mar, que hace eco en nuestras respiraciones, que saben a sal... y a él. Y por un instante tengo miedo. ¿ De tener ganas de perderme otra vez? ¿Y después? ¿Qué pasará? Me relajo. Me pierdo en ese beso. Y abandono ese pensamiento. Porque es un miedo que me gusta, un miedo sano.
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